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La crítica: Freud

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FREUD a la deriva entre intrigas, hipnosis, crímenes y disparates

Mariano Hernández Monsalve

*Freud se puede ver en Netflix

Vaya por delante que la serie de ocho capítulos que me dispongo a comentar se despliega tras un titulo sencillo, escueto y rotundo : “Freud” , que si es quizás un poderoso atractivo para una amplia gama de potenciales espectadores, es también el mayor equívoco, falsario, que se ha realizado sobre el rescate cinematográfico del joven Dr Freud (Robert Finster), psicoanalista en ciernes, que acabará siendo uno de los intelectuales más potentes e influyentes del siglo XX en el mundo occidental, pero que en esta serie ejerce de mentalista detective al servicio de la resolución de crímenes de lo más truculentos, en estrecha alianza con una médium, Fleur Salomé ( Ella Rumpf) y un inspector de policía, Kiss (Georg Friedrich). El tiempo nos dirá si el trío Freud-Fleur-Kiss, con la condesa Sophia (Anja Kling), como contrapunto, liderando a los villanos, resistirá en la retina y la memoria de los espectadores; y de ser así, será seguramente en la de los más adeptos al folletín gótico o a las intrigas un tanto esperpénticas.

La serie ejerce un desaprensivo transformismo del personaje Freud, desbordando los límites de toda verosimilitud, al poner en circulación al doctor confundido con médiums y ejercientes de espiritismo, magia negra, evocadores de momias, o un tenor de ópera parricida por mor de un aparatoso y demoniaco desdoblamiento de personalidad. Porque, aunque sabemos que no estamos ante cine documental sino de ficción, el transformismo del personaje histórico no admite los disparates a los que le somete director y guionistas de esta serie.

Y a buen seguro que si la serie se titulara de cualquier otro modo y no diera pie para pensar que estamos ante una supuesta reencarnación en celuloide del que fuera el fundador del psicoanálisis y promotor de uno de los mayores revulsivos culturales del siglo XX, esta crítica sería totalmente distinta : versaría sobre los encantos, para los adeptos, o la repulsión que uno puede sentir ante una exhibición de estética gótica macabra y una serie de tramas detectivescas para enfrentar una colección de crímenes truculentos, mediante esa particular alianza Freud-Fleur-Kiss a la que ya nos referimos al principio. Con esos mimbres, la serie podría tener su “aquél” pero, a mi juicio, el caos narrativo, la predilección por el disparate, y el capricho destrozón de toda verosimilitud histórica, la convierten en indigesta para los paladares más intransigentes con el exceso grotesco.

En descarga de la productora está el que la serie se presenta como perteneciente al grupo de “siniestra y de misterio”, aunque es en mi opinión una descarga insuficiente para evitar que el espectador se vea atraído por la propuesta de asistir a una exploración, un buceo por la vida y/u obra del personaje, por más que admitiendo un grado ficcional “tolerable” (más discreto, sutil, y creativo); pero insisto en que esto es mi visión personal; espectadores habrá que disfruten con la desfiguración grotesca del personaje, o que esto lo consideren anecdótico frente al festín de una profusa estética gótica macabra.

En cualquier caso, no es la primera vez que el personaje de ficción Freud queda muy lejos del biográfico, como ha sido ampliamente documentado en numerosos escritos y también en producción cinematográfica. Valga como muestra el riguroso estudio de Laso publicado en 2018 en el libro “El ojo maravilloso. (Des)encuentros entre psicoanálisis y cine”, y la película inspirada en este libro, Freud en el cine: de lo sublime a lo ridículo, de Laso y Fariña (2019) que da cuenta detallada de más de 20 películas, de las 36 en las que Freud es personaje. Y en esa colección hay de todo, incluyendo películas muy respetuosas con el personaje histórico, como The secret passion de John Houston de 1962 ; o Elemental, donde Freud remeda al genial Sherlock Holmes, en activa versión detectivesca, pero muy lejos de los disparates de esta serie de Netflix de la que nos estamos ocupando, e incluso “Una verdad peligrosa” (David Cronenberg, 2011) , aunque los freudianos se disgusten porque parece que en la disputa con Jung este sale mejor parado; o la más reciente, The Traficant (El vendedor de tabaco, en España ), hasta otras más desaprensivas con la verdad histórica o el rigor del personaje como The Secret Diary of Sigmund Freud (Greene, 1984).

Por otra parte, en nuestra historia cultural reciente, el cine contribuyó con mucho empuje y éxito a la popularización del psicoanálisis (recordemos Hitchcock, Buñuel, Fellini, Bergman), aunque endosándole inevitables sesgos y estereotipos. Pero sin que nunca obtuviera el cine una mínima reciprocidad por parte de Freud, que se mostró siempre muy displicente ante el cine. Y eso a pesar de que estos dos productos que son señas de identidad de la cultura occidental del siglo XX nacieron casi a la vez, en 1895: el cine en la sala de proyecciones del cinematógrafo de los hermanos Lumière en París; y el psicoanálisis, según se reconoce formalmente, con la publicación de Estudios sobre la histeria, en Viena en el mismo año, contando Freud 39 años. Esa relación tan asimétrica cuenta con muchas anécdotas interesantes, como por ejemplo las suculentas ofertas de Mr Goldwin en persona (que acabaría siendo parte del emporio Metro-Goldwin-Meyer) para que Freud asesorara o hiciera guiones para ellos, que siempre obtuvo un seco rechazo de Freud, u otras más en las que no podemos entrar ahora.

Valga esta apretada síntesis introductoria para avisar al espectador sobre la particular travesía imaginaria que se dispone a hacer. Si la sugerencia de estética gótica y falaces incongruencias historicistas no le echa para atrás, sino que incluso le incitan a proseguir, entonces podrá disfrutar del festín, por más que a algunos nos parezca que el proyecto derivó en un abigarrado folletín con demasiadas escenas de mal gusto. La aventurada travesía se desplegará sobre un fondo de intriga en la que un joven neurólogo y psiquiatra recién regresado a Viena después de su periplo en París, donde ha conocido de cerca la hipnosis practicada por Charcot, está procurando abrirse hueco y hacerse con nombre y prestigio en Viena, a contracorriente del flujo de las ideas, valores y prácticas predominantes en la psiquiatría académica y manicomial convencional -esa psiquiatría “desalmada” que fía su saber ( tan escueto, entonces, y aún hoy día) en el cerebro y desconfía de la mente-. Pues bien, nuestro héroe Freud navega en esas aguas turbulentas, dando una de cal (confía en el saber implícito, subjetivo, inconsciente , de nuestra memoria , y se emplea a fondo en su confrontación con la poderosa psiquiatría institucional) y mil de arena, a saber: a) Se nos muestra como un impostor que se presta a confabularse con su ama de llaves para intentar deslumbrar a los académicos con el poderoso impacto de la hipnosis en sesiones demostrativas fraudulentas. b) Se inmiscuye en la alta sociedad vienesa en temeraria alianza con una muy atractiva médium (hay que reconocer las cualidades artísticas de la atractiva Ella Rumpf ), que acabará siendo su paciente y eventual amante, para descubrir insólitos asesinatos y otros crímenes. c) Se convierte en magnífico aliado, y eventual terapeuta-hipnotizador, de un castrense inspector de policía ( que se presenta como verdadera personificación-encarnación del deber, del super yo) para guiarle en su difícil trayectoria personal y profesional . d) Frente a la crónica que nos retrata a un Freud fumador compulsivo de buenos cigarros puros (tan bien reflejado en la película de 2018 The traficant , en España El vendedor de tabaco), en la serie Freud no enciende un solo cigarrillo pero eso sí, se pone hasta las trancas de cocaína ( recordemos que la crónica histórica nos habla de la relación de Freud con la cocaína cuando investigó las cualidades anestésicas locales de la cocaína, que fue su tema de tesis doctoral; y mucho años después, ya anciano, afectado por cáncer de mandíbula, para aliviar y tolerar del dolor ). e) Otro colmo del disparate es cuando vemos a nuestro personaje a punto de derrota por la malévola aristócrata húngara, Sophia, que controla a la encantadora médium Fleur, a la vez que se aprovecha de sus dones paranormales: “yo tengo el método (la hipnosis) ; ella tiene el don”, y hace ostentación de ser más potente que el propio Freud en cuanto a poderío hipnótico se refiere, al conseguir dejarle dormido con sus poderes, sin que el inocente Freud se entere. f) Tendrían su gracia si no fuera tan grotescas, las escenas en que Freud es atrapado por los forzudos vigilantes del manicomio y a punto de ser ingresado por loco a instancias del director del frenopático cuando Freud se resiste a abandonar el tratamiento de una de sus pacientes estrella. En este caso, se trataba de una niña víctima de tortura del los “malvados” a quien se ha comprometido a tratar a toda costa mediante hipnosis, mientras el director se presta a todo tipo de escaramuzas engañosas para retenerla recluida en connivencia con la madre de la joven, y g) sobre la plétora de cuerpos ensangrentados, de escenas de sexo-sangre y sexo-vómito, nada que añadir una vez tomada nota de esos desagradables exabruptos que, en mi opinión, sobran del todo.

Más allá del anecdotario de disparates, que podría ampliarse aún bastante, vamos a reconocer que aún en el maremágnum del caos narrativo, la serie goza de buenas maneras en aspectos de producción, ambientación y tratamiento de la iluminación, de los juegos de luz y color, al presentarnos lugares enigmáticos, inhóspitos, en ocasiones oníricos; tratando con especial mimo la oscuridad y la penumbra; y en otros momentos, los coloridos entornos palaciegos. Los recorridos por la Viena subterránea y de alcantarilla, las excursiones de Freud hasta el fondo de la cueva donde están torturando a un niña, más allá del tono siniestro propio de una obra que lo declara entre sus rasgos de identidad (“siniestra y de misterio”) parecen también un guiño metafórico a tanta vida soterrada que fluye subyacente en la memoria, el deseo, los miedos, en el alma humana.

También podemos entresacar señuelos de cierto interés en la trama, sobre los que ingenuamente uno espera que en cualquier momento se abran otras ventanas narrativas más consistentes. Pero no, aquellos señuelos no pasan de ser guiños, que quedan como periféricos; la trama central sigue aferrada al misterio, la especulación intrigante. Valgan como referencia alguno de los siguientes:

En cuanto a la dimensión más científico-profesional, la serie se limita a la época de Freud previa a que formulara el psicoanálisis. Ahí sí tienen cierta razón los guionistas cuando declararon en entrevista en la revista Vogue que querían “mostrar a un Freud nunca antes visto: un hombre en busca de reconocimiento, atrapado entre dos mujeres, entre la razón y el instinto. Su psicoanálisis y el concepto de ego que no fueron creados de la nada: se basan en las experiencias de un genio atribulado que ha experimentado todos los aspectos de la humanidad». Coincido con ellos en reconocer el mayor interés de ese propósito ¿Cómo se construye un genio, intelectual innovador de la cultura, la clínica tan potente? Un muy atractivo proyecto; otra cosa son los hechos, de modo que bien se olvidaron muy pronto de ese magnifico proyecto, o eligieron un camino que fue todo un despropósito

Presenta algún esbozo, desafortunadamente amputado con brusquedad, de la relación amistosa que tuvo Freud con su maestro Breuer, con quien estuvo alineado varios años antes de tomar distancia con él. Si Freud defendía el método hipnótico, Breuer, el método catártico; ambos precedieron al psicoanálisis, que surge para superar las limitaciones de esos métodos (si la hipnosis es el cobre, el psicoanálisis será el oro). Algunos críticos han visto en esa brusca amputación de lo que pudo haber sido un diálogo más sesudo entre Freud y su amigo y maestro inicial Breuer, una seña de que la serie no se propone indagar en la dimensión profesional conceptual sesuda de la obra de Freud, y que no van por ahí los tiros de esta propuesta cinematográfica.

Otra línea argumental, en mi opinión bien abordada, pero que queda en muy poca cosa, es vida familiar ficcionada de Freud, con su familia de origen; la relación con los padres y una de sus hermanas, con su prometida Marta y, a distancia, con la futura suegra, que se resiste a dar el plácet a la boda hasta que no esté clara la posición social y holgura económica del candidato Freud. Y bastante interesante, en mi opinión, el reflejo de lo que pudieron ser las tácticas de Freud con su familia en lo que se refiere a los usos religiosos, como judíos convencionales de la burguesía vienesa. Freud abomina de la fe y las liturgias judías (¡se está construyendo como librepensador!), pero intenta arreglárselas para mantener los vínculos familiares, lo que exige una “buena cintura” en el manejo de las actitudes y las relaciones en la distancia corta del comedor familiar, que por momentos se nos sugiere; podría dar mucho más de sí ese aspecto, pero ahí se queda.

Una escena especialmente lograda es la que nos presenta su idea de cómo se distribuyen en la mente humana las dimensiones de lo consciente y lo inconsciente, recurriendo a la metáfora espacial y lumínica: una vela que alumbra una parte de la estancia mientras otras muchas estancias, habitaciones, pasillos y corredores permanecen en la oscuridad y cerradas, tal y como habitan nuestros contenidos inconscientes en la mente, mientras no les alcance la luz de la vela que con más o menos decisión conduce el autor de la propia vida , cada cual la nuestra. Del mismo modo, la función principal del psicoanálisis, mediante la interpretación que emerge entre la libre asociación de ideas o la interpretación de los sueños, es ir iluminando esas instancias inconscientes oscuras y abrir las recónditas estancias cerradas, a veces con doble cerrojo.

También acierta el guion y la dirección al presentarnos la toma de distancia crítica de Freud frente a la psiquiatría del momento sustentada en un saber convencional, inmovilista y autoritario, que confía ciegamente en el cerebro, apostando él por una psiquiatría que confía en la fuerza determinante de las experiencias vividas, en los avatares subjetivos, biográficos y relacionales del sujeto, y su huella en la memoria, y el potencial expresivo de los sueños.

Es decir, que el balance de este abigarrado serial televisivo podrá ser bien distinto según qué espectadores: amargo desagrado para los freudianos, disfrute entusiasta para los propensos a la estética gótica o cualquier tipo de intriga inasequible al desaliento

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