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La crítica: El Hoyo

El hoyo

EL HOYO

Un Quijote distópico*

Luis Mancha

Una de las distracciones de esta cuarentena está siendo El Hoyo (Galder Gaztelu-Urrutia, 2019). Parece ser que los espectadores se han lanzado a consumir este relato de forma compulsiva, quizás porque la distopía se ve demasiado cerca. Me gustaría contribuir a las especulaciones sobre el sentido de esta película, aportando mi interpretación sobre el final.

Esta, para quien no la haya visto aún, cuenta la peripecia de un personaje, de triste figura, que se introduce, supuestamente para conseguir un “título homologado” (la única explicación que se nos ofrece, aunque su primer compañero de piso afirma que está ahí por matar a un inmigrante ilegal) en una suerte de cárcel distópica a la que denominan el Hoyo. Esta está dividida en niveles. No sé sabe cuántos hasta el final de la película (cuando llegue el spoiler aviso) y se rige por una serie de reglas bastante simples y claras, que se enuncian en los primeros minutos de la cinta. Así, todos los días baja una bandeja de comida que atraviesa cada piso, parándose en cada nivel para que sus moradores (dos por cada piso) puedan alimentarse. Esa bandeja se detiene durante unos minutos para que coman todo lo que deseen, pero en ningún caso pueden guardar comida, so pena de que la temperatura suba o baje hasta niveles insoportables. En este diabólico mecanismo de distribución de los alimentos, los del primer nivel disponen de una bandeja repleta de ricos y vírgenes manjares, y a medida que desciende la plataforma van quedando los restos cada vez más escasos y manoseados, hasta que los habitantes de los últimos niveles no les llegan ni las migajas, teniendo incluso que recurrir al canibalismo para sobrevivir. Sin embargo, la asignación de los pisos va cambiando mensualmente de forma aleatoria. Por último, los “presos” pueden entrar en el Hoyo con un objeto. El protagonista, Goreng, elige un libro. Y no cualquier libro, elige: “El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha”

* El Hoyo (Galder Gaztelu-Urrutia, 2019) puede verse en Netflix

Evidentemente, a nadie se le escapa, que se nos presenta como una metáfora de una sociedad. De ahí que alguien considere que es una reflexión sociológica.

Entre las interpretaciones que me han llegado por casualidad, tampoco es me haya puesto a hacer una búsqueda y clasificación exhaustiva, he leído que es una crítica al capitalismo, o lo contrario, que en realidad representa más bien al sistema comunista, ya que una supuesta administración central o “Centro vertical de autogestión” es quien controla el Hoyo.

Sí observo que en esta metáfora social se pueden aplicar algunas reflexiones sociológicas. El concepto que seguramente le viene a la cabeza a cualquier sociólogo es el de estratificación social, que podríamos definir, sin ponernos demasiado rigurosos ni pedantes, como una distribución desigual de los recursos tanto materiales como inmateriales en una sociedad dada. Así, dependiendo de la posición social en la que te encuentres, entendida en términos de clase social, estamento, casta, etc., tienes un mayor acceso a dichos recursos. En cualquiera de los casos, incluido el sistema de clases sociales, que se puede considerar un sistema de estratificación abierto (permite la movilidad), la movilidad, sobre todo ascendente, está muy limitada en términos probabilísticos, por mucho que nos vendan el discurso de que con trabajo y talento llegarás a la cima. No obstante, ninguno de los mencionados sistemas (vamos, ninguno conocido) se asemeja a este endiablado sistema de movilidad social aleatorio (cambiando de estrato social cada mes). En este caso cada nivel del Hoyo representaría un estrato dentro de este peculiar sistema de estratificación, así el acceso a los recursos, en este caso la comida, es desigual, los del nivel 1 tienen un mejor acceso a este recurso que los del resto de los niveles.

Otro concepto sociológico que se puede aplicar al comportamiento de los habitantes de esta “sociedad”, es el proceso de identificación con la posición social, que algunos sociólogos como Bourdieu han estudiado. Esto es, la mimetización absoluta con el lugar que ocupas en una estructura social (el piso dentro del Hoyo), así como con sistema de estratificación que rige. Esto lo podemos comprobar claramente en las secuencias donde el primer compañero de piso del protagonista, Trimagasi, escupe y orina en la comida, ante la perplejidad de nuestro protagonista, que le afea su comportamiento, alegando que eso lo pueden hacer también los de arriba, a lo que responde Trimagasi con un “ya lo habrán hecho, hijos de puta”, asumiendo que esta es la lógica insoslayable de este espacio social. Y este es el sentido del latiguillo de Trimagasi, “obvio”, con el que termina sus discursos y con el que fustiga inmisericordemente a Goreng, es decir, una forma de cosificación o naturalización de las reglas que gobiernan este contexto social. Por ejemplo, en la escena donde Goreng trata de establecer contacto con los pisos superiores, Trimagasi le advierte que por mucho que llamara a los de arriba nunca le contestarían, ¿por qué?, pregunta nuestro protagonista, porque están arriba, obvio, responde el otro a partir de una lógica incontestable.

La tendencia a percibir como naturales e incuestionables ciertas reglas sociales es un fenómeno estudiado por la Sociología y la Antropología Social. Fenómeno que estas ciencias denominan etnocentrismo, que puede ser etnocentrismo cultural o de clase, etc., que explica el comportamiento que tiende a considerar la lógica social en la que uno se ha socializado como la medida de todas las cosas, juzgando al resto de ilógico e, incluso, irracional, mientras lo suyo es lógico y natural, es decir, “obvio”. Así, por ejemplo, asumen que hay unos que están arriba y otros abajo y los de arriba joden a los de abajo y estos no tienen más remedio que aguantarse. Así son las cosas y no se pueden cambiar. En la realidad, siempre hay discursos que legitiman la desigualdad bien sea por una deidad, bien sea porque los de arriba son los mejores y lo merecen. Obviando que existe un sistema de estratificación que jerarquiza el acceso a los recursos que se ponen en juego en una sociedad, o utilizando la metáfora del Hoyo, que no todos están en los primeros pisos. (Aquí tenéis otra fantástica metáfora que se hizo viral sobre la estratificación social)

Esta falta absoluta de empatía con los de abajo, “los de abajo están abajo”, dice en un momento Trimagasi, y odio visceral a los de arriba, “hijos de puta”, asumiendo como natural la lógica de la estratificación, se vuelve en este caso patéticamente absurda e irracional cuando saben que cambian de nivel cada mes. Claro que esto solo se puede ver a partir de un ejercicio de extrañamiento del que está dentro, o a partir de la visión de alguien que viene de fuera, como Goreng, y todavía no se ha institucionalizado, y puede ver lo que decía el personaje de Larry David en el final de Whatever Works de Woody Allen: “The big picture”, es decir, las cosas con perspectiva.

Ahora bien, tampoco creo que esta lectura sociológica de la película de mucho más de sí. Y, sobre todo, considero que la lectura sociológica no nos ayuda a dar sentido a todos los elementos que el director pone en juego. Y, sobre todo, tengo la impresión que esa es la razón por la cual, esto es, tratando de seguir el hilo de la metáfora sociológica, algunos espectadores se hayan sentido frustrados, y confieso que en mi caso al principio así fue, ya que este camino es un callejón sin salida. Para hablar claro, no nos permite interpretar el final.

No obstante, encuentro que hay otra lectura en una clave diferente, con más recorrido y que permite entender el final. Para ello, no hay que dejar que pase inadvertido un elemento clave: el libro que obsesivamente lee el protagonista. La presencia tan evidente del Quijote, de hecho, entra con el libro bajo el brazo, único objeto que puede portar, lo cual a los ojos de su entrevistadora (que se convertirá no sabemos por qué razón en presa), es algo insólito, hasta el punto que varias veces le suelta que ese sitio no es para alguien que le guste leer, tiene que tener un sentido esencial en el planteamiento del director. Y quiero pensar que si el director, Galder Gaztelu-Urrutia, saca a nuestro protagonista con un libro, no creo que este sea intercambiable. Es como pensar que Chris Wilton, el protagonista de Match Point, lee Crimen y Castigo, porque fue el primer libro que el becario de Woody Allen encontró en una librería de Londres. Absurdo. Más bien, ese libro es la clave que nos permite entender toda la película (en otra crítica hablaré de Match Point y la novela de Dostoyevski). Pues bien, esta pista nos puede llevar a considerar que El Hoyo es una fábula homenaje al Caballero de la Triste Figura. Un Quijote, en un mundo distópico, eso sí, al que parece que nos encaminamos a marchas forzadas. A partir de aquí, alarma, que hay aviso de spoiler.

Así describe Cervantes a Don Quijote: “frisaba la edad de nuestro hidalgo con los 50 años, complexión recia, seco de carnes, enjuto de rostro…”. Y excepto por el hecho de que el actor que interpreta a nuestro protagonista, Iván Masagué, es ligeramente más joven, aunque en la película podría acercarse a la cincuentena, le añadimos la barbita quijotesca que gasta, y nadie podrá negar que es la viva imagen del ingenioso hidalgo de la Mancha.

Alonso Quijano, según su sobrina, nos narra Cervantes, se pasaba hasta dos días con sus noches alimentándose del Amadís de Gaula y otras novelas de aventuras de caballería. Es decir, que se alimentaba de literatura. Y qué es lo que hace el protagonista de El Hoyo, sino hacer esto mismo de forma literal, devora páginas del Quijote cuando el alimento escasea.

Tanto el Quijote como Goreng pierden la razón con delirios constantes, uno viendo gigantes que son molinos, Yelmos de Mambrino por cacerolas, etc., otro, Goreng, sufre también continuos delirios especialmente con Trimagasi, al que asesina la que podríamos llamar su Dulcinea del Toboso. Una chica, Miharu, que busca desesperadamente a su hija y de la que Goreng parece enamorarse desde el primer momento. Esta se convierte en señora de sus pensamientos, que diría Cervantes, hasta tiene sueños eróticos con ella, o mejor dicho, con una imagen idealizada de ella, ya que en sus sueños delirantes aparece pulcra y llena de fermosura, que diría nuestro hidalgo caballero. Un delirio que recuerda a las palabras que Don Quijote admiraba de Feliciano de Silva: “La razón de la sin razón que a mi razón se hace, de tal manera mi razón enflaquece, que con razón me quejo de la vuestra fermosura”. Mientras que en la realidad, como afirma la funcionaria que seleccionaba a los habitantes del Hoyo, Imoguiri, interpretada por Antonia San Juan, quería ser la Marilyn de ojos rasgados (ya que tiene rasgos filipinos) y termina siendo una loca asesina, fea, ensangrentada y mugrienta (añado), que se carga a todo bicho viviente cual Matanza de Texas, y que busca a una hija inexistente (que recuerda a las teorías naive de Rousseau del hombre es bueno por naturaleza y la sociedad lo pervierte).

Quizá el paralelismo esencial que ambos, Don Quijote y Goreng, comparten, es el espíritu de los caballeros andantes. Según el Caballero de la Triste Figura su misión como caballero andante es enderezar abusos, desfacer agravios y socorrer a los miserables. Bueno, en el Hoyo tiene trabajo. Para dicha misión, recluta a un escudero, el pastor Sancho Panza. Quien haya visto la película, el paralelismo resulta más que evidente. Goreng, lanza en mano (utiliza una vara parecida a una lanza), solo le falta la adarga, le pide a su compañero de piso en ese momento, Baharat, el personaje que representa el rescatado actor noventero Emilio Buale, que le acompañe como su escudero en tan noble misión de corregir el injusto mecanismo del Hoyo. Este Sancho Panza, con su con su grito bakalaero “voy a tope, tío”, parece que tiene, como el original, “poca sal en la mollera”, que decía Cervantes. Este escudero desquiciado, también aspira a ascender socialmente, en su caso llegar al primer piso y, en última instancia, abandonar el Hoyo. En tanto que el escudero de Cervantes, corre en compañía de su amo tras los cantos de sirena de una ínsula.

De esta guisa, Goreng propone a Baharat bajar subido a la plataforma y hacer un reparto equitativo de la comida y así romper con el diabólico mecanismo de estratificación social del Hoyo, para finalmente subir al primer nivel, como pretendía Baharat. Básicamente socorrer a los miserables y “desfacer” la injusticia de esta inmunda sociedad. A lo que este último le contesta que solo un loco abandonaría el nivel seis, para bajar, con la intención última de subir. Efectivamente, un loco como Don Quijote de la Mancha.

Pues bien, ambos bajan subidos en la plataforma haciendo el reparto que creen equitativo, hasta que se encuentran con un sabio, amigo de Baharat, que les sugiere que para que realmente su misión sea efectiva han de mandar un mensaje, única forma de concienciar a los de arriba. Dicho mensaje consiste en que un delicioso pastel, una panacota, regrese intacta a los del primer nivel, tras recorrer los 333 pisos, que finalmente descubren que tienen el infame inmueble. En el camino, se encuentran a la famosa hija que nuestra loca Dulcinea del Toboso buscaba desesperadamente. En su delirio, creen que el mensaje no es la panacota, sino la niña, y le ofrecen a esta el delicioso manjar, que lógicamente devora.

Vamos con el controvertido final.

Lo que está muy claro, creo yo, independientemente de si esta comparación es acertada, es que la niña no existe. En primer lugar, porque es imposible que una niña limpia, sana y bien alimentada esté en el piso 333 cuando en los precedentes solo hay hambre, desolación, muerte y vísceras (todo muy gore). En segundo lugar, porque la funcionaria jura y perjura que está prohibido que entren menores de 16 años en el Hoyo. Asimismo, en otra ocasión confiesa que fue ella quien seleccionó a la sanguinaria Miharu y asegura que entró hace 10 meses y no tenía padres ni hijos. Por tanto, es imposible, por los datos de la funcionaria, que esa niña, que ronda los 6 años, como poco, exista.

En consecuencia, tanto la visión de la niña como el final, a todas luces planteado estéticamente como una alucinación: un haz de luz mística por el que desciende la plataforma hasta el final de los finales, que diría Sabina, donde ya no existen puntos suspensivos, no son sino un delirio. A lo que hay que añadir la intervención del fantasma de Trimagasi, presencia recurrente en las alucinaciones de nuestro protagonista, con el que debate sobre si el mensaje es la panacota o la niña.

A mi juicio, toda esta alucinación, donde realidad y ficción se confunden, le sirve al director para desplegar una cita final a modo de moraleja, que por supuesto está extraída de la novela de Cervantes (sería ya mucha casualidad). En esta el protagonista lee: “El grande que fuera vicioso será vicioso grande y el rico liberal será un avaro mendigo, que al poseedor de las riquezas no le hace dichoso el tenerlas, sino el gastarlas, y no el gastarlas como quiera, sino el saberlas bien gastar.” Aunque el fantasma Trimagasi pone en duda que su aventura se haya regido por tal máxima, otra ambigüedad para que el espectador decida, lo cierto es que, como las del Hidalgo Caballero de la Mancha, la aventura no termina del todo bien, con más muertos que vivos, el escudero muere también, tranquilamente podría haberse titulado esta reseña, un Quijote gore.

Por último, si la niña no existe, ¿la panacota sube o no sube? Pues diría que sube entera y verdadera, con un pelo y todo, cogido del ajetreo de bajar 333 pisos y vuelta a subir. Y esto se puede inferir de la secuencia donde el camarero alopécico parece decirle que el pelo encontrado en la panacota no es suyo. De lo que se deduce que el mensaje llegó, y se malinterpretó. O siendo mal pensados, el sabio les engañó como engañan a Don Quijote para que baje a la cueva de Montesinos (aportación de mi amigo Jorge F. Hernández). También puede ser simplemente un contraste entre los de arriba y los de abajo, entre los que se quejan por un pelo y los que se comen los gusanos (imagen que el director contrapone a la anterior). Pero esa interpretación la encuentro muy aburrida.

Sea como fuere, parece que hemos echado el rato varios miles de espectadores (a lo mejor más) especulando sobre las diferentes interpretaciones de El Hoyo, que en este presente distópico que nos ha tocado vivir: ¡qué más se le puede pedir a una película!

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